viernes, 13 de abril de 2007

11-A


Argelia se ha sumado a la lista de países afectados por el número 11. Este día del mes se ha convertido ya en sinónimo de desgracia, de acto terrorista protagonizado por Al Qaeda. El pasado miércoles, más de una treinta de personas murieron en Argel, y más de doscientas sufrieron heridas de diversa magnitud. Un coche bomba explotó junto a la sede del Gobierno y del Ministerio del Interior, a lo que se sumó un segundo colocado en frente de una comisaría próxima al aeropuerto de la ciudad.

La atrocidad ha acontecido con la vista puesta en las próximas elecciones legislativas de este país, previstas para el 17 de mayo. Sin embargo, tanto el presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, como el primer ministro, Abdelaziz Beljadem, han asegurado que los terroristas no impedirán la celebración de las elecciones.

Quines no saben luchar sin armas se empeñan en interferir en la vida de los que no se someten a ellos. Al Qaeda se está encargando de demostrar que ni si quiera busca conseguir la unidad entre el mundo musulmán. Argelia no es precisamente un país al que se le pueda tachar de anti-islamista, así como tampoco lo es Marruecos, otro de los recientes afectados por la sinrazón de los terroristas.

Casablanca se encuentra en estos días rodeada de miedo. El pasado martes, tres terroristas se suicidaron, otro fue abatido a tiros y un policía murió. Ayer, por segunda vez en una semana, el populoso barrio de Hay el Farra vivió una jornada desquiciada, atravesada de rumores, controles, carreras, alaridos y falsas alarmas.

La situación en el norte de África parece que empieza a preocupar cada vez más a la comunidad internacional. La cercanía con Europa ocasiona que en occidente se esté incrementando la situación de alerta global.

España teme ahora especialmente por Ceuta y Melilla. La banda de Bin Laden ha hecho explícito más de una vez sus intereses por “recuperar” Al Andalus, y ha puesto todavía más hincapié en las dos ciudades autónomas. Sus pretensiones, crear un comunidad musulmán unitaria que vaya desde el sur de Asia hasta la península Ibérica, parece que no respeta ni a los que serían los habitantes de ese potencial superestado.

Nuestra actual sociedad internacional es comúnmente dividida entre oriente y occidente, entre cristianos y musulmanes. Sin embargo, los constantes actos terroristas hacen patente que la lucha debería ser conjunta entre los pacifistas y los criminales. El gran problema surge cuando a la cabeza de demasiados países se sitúan los peores terroristas.

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