sábado, 12 de mayo de 2007

La guerra silenciosa


Al escuchar o leer la palabra “guerra”, se nos viene a la cabeza una idea muy explícita de lo que eso es. Muy pocos de nosotros hemos tenido la desgracia de vivir alguna directamente, pero los informativos de finales del siglo XX y, sobre todo, el cine, han creado en el imaginario colectivo una representación arquetípica de los conflictos. Si pensamos en las guerras, enseguida nos vienen a la mente soldados, tanques, muertos y bombas. Sin embargo, los conflictos bélicos abarcan una realidad mucho más compleja y difícil de enmarcar; en ellos no sólo cuanta el ahora, sino el antes y el después.

Son las seis de la tarde. En un pueblo cercano a un costa africana, 35 personas silenciosas se despiden de sus familiares. Están a punto de abandonar sus casas por un periodo incierto, quizás para siempre. Las lágrimas aparecen en todos y cada uno de los rostros de estos hombres y mujeres que ya habían olvidado lo que eso era por el simple motivo de haber perdido antaño su sentido. Hoy vuelven a llorar porque se disponen a partir para luchar por una vida mejor. Saben que será duro, pero no tienen elección.

Llevan sus manos vacías. Se dirigen hacia otro país, otro continente, otro mundo sin protegerse con armaduras ni defenderse con armas. Sin embargo, sí cuentan con camuflaje; pero no con el que simula ramas y hojas, sino con el que intenta imitar a la noche. La sabia naturaleza sabía que lo necesitarían y les hizo negros.

No navegan en un submarino, ellos se tienen que conformar con algo más modesto. Y como hace frío, es mejor que todos vayan juntos los unos de los otros, muy juntos. Son las dos de la madrugada y ninguno se atreve a hablar. Parecen dormidos, pero lo único que procuran es engañar a la muerte, con quien llevan ya horas luchando.

El mar es inmenso. Muchos de ellos no lo sabían puesto que es la primera vez que lo ven. Tampoco saben nadar. Están mojados y sólo esperan dejar de vomitar cuanto antes. La tierra firme les espera, aunque eso ya no es un consuelo. Son las cinco de la mañana y ya han muerto 15 personas. Silenciosamente debaten sobre si lo mejor es tirarlas por la borda o enterrarlas al llegar.

Se encuentran a escasas millas de Tenerife, pero han avistado a unos hombres de verde antes que a la isla. Ven como esas personas, que se encuentran en un barco que parece reírse de su modesta embarcación, les arrancan de su nocturnidad con un potentísimo foco. No entienden qué les dicen, pero saben que acaban de perder la guerra.

Según ha informado El País, en las últimas 24 horas son ya 342 los inmigrantes indocumentados que han tratado de llegar hasta las Islas Canarias. En esa jornada, Tenerife ha recibido dos cayucos con 49 y 80 inmigrantes, Gran Canaria siete pateras con 109 magrebíes detenidos, 10 de ellos menores de edad, y Lanzarote una lancha neumática con 3 marroquíes arrestados. A estas cifras hay que añadir un número indeterminado de ocupantes de las pateras que logró escapar y esconderse en distintas playas del sur de Gran Canaria y en una de Lanzarote, aunque varios de ellos fueron detenidos después.

Las guerras se producen cuando se da un rompimiento de la paz. Los inexpertos soldados de la noche se han atrevido a amenazar la existente en Europa; pero quizás no hayan sido conscientes de ello debido a que para identificarla primero la deberían haber conocido.


* Para más información sobre esta situación y las acciones destinadas a solucionarla visita los siguientes sitios web:

Africa Infomarket
Human Rights Watch
Migraciones. Reflexiones Cívicas

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